4 ago 2011

Firmemos la paz.


Sigo aquí al igual que tú allí. Ambos perdidos en dos mundos completamente diferentes. Sin hablarnos ni tocarnos, solamente con mirarnos ya nos tranquilizamos pues con eso nos basta para saber que el otro está bien. Eso es suficiente para que el día fluya casi a la perfección. Pero, ¿qué pasa cuando no nos vemos, cuando nos buscamos y no nos encontramos? Aquí es cuando la pregunta golpea una y otra vez con fuerza nuestra cabeza.

¿Hice bien en apartarme de ti?

He llegado al punto de, si no te veo y si no sé dónde estás ni cómo estás, me preocupo, y aunque lo intente disimular, no puedo. Se me nota. Al igual que mi mirada refleja brillo de felicidad cuando te veo aparecer a las 8 de la mañana por la puerta del instituto también refleja inquietud cuando esto no ocurre.

¿De verdad existe el destino?

¿De verdad estoy destinada a ti?

Es rara y complicada esta situación. Una situación que me supera más y más a medida que pasan los días, las semanas, los meses y ya pronto, un año. Un año cariño, ¿de verdad estamos seguros de lo que estamos haciendo? Lo peor es que a medida que pasa el tiempo se pierden dentro de mí  las mil esperanzas  que deposite en el momento de volver a tan siquiera hablar contigo. Acabemos con esto antes de que sea demasiado tarde porque ya no es cuestión de esto ni de lo otro, sino de no destruirnos por dentro.

Por lo menos, como ya he dicho, tengo el aliciente de verte todas las mañanas. Eso me alivia el corazón.

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